Jesucristo – su vida y enseñanzas
JESÚS EN JERICÓ

Historia 29 – Mateo 20:20-34; Marcos 10:35-52; Lucas 18:35-19:28
En su camino a Jerusalén, Jesús pasaba por la región de Parea al este del Jordán. Sus discípulos lo acompañaban a lo igual que una gran multitud que iban para la celebración de la Pascua. Gente de todas partes subían a Jerusalén para participar en la fiesta. Y aunque Jesús había dicho muchas veces que iría a Jerusalén a morir, muchos creían que allí él se convertiría en rey de toda la tierra.

Un día, dos de los discípulos de Jesús, Santiago y Juan, hijos de Zebedeo, vinieron a él con su madre, la cual se arrodilló con sus dos hijos para pedirle un favor. Jesús le preguntó: “¿Cuál es tu petición?” La mujer le contestó: “Te pido, por favor, que permitas que, en tu reino, mis dos hijos se sienten en lugares de honor a tu lado, uno a tu derecha y el otro a tu izquierda”. Y Jesús les respondió: “¡No saben lo que piden! ¿Acaso pueden beber de la copa amarga de sufrimiento que yo estoy a punto de beber?” Al decir, “la copa”, se refería al sufrimiento venidero que iba a pasar; pero ellos dijeron: “Claro que sí, ¡podemos!”.

Jesús les dijo: “’es cierto, beberán de mi copa amarga; pero no me corresponde a mí decir quién se sentará a mi derecha o a mi izquierda. Dios preparó esos lugares para quienes él ha escogido”. Cuando los otros discípulos escucharon que Juan y Santiago habían pedido los lugares altos en el reino del Señor, se indignaron. Así que Jesús los reunió a todos y les dijo: “Ustedes saben que los gobernantes de este mundo tratan a su pueblo con prepotencia y los funcionarios hacen alarde de su autoridad frente a los súbditos. Pero entre ustedes será diferente. El que quiera ser líder entre ustedes deberá ser sirviente. Pues ni aun el Hijo del Hombre vino para que le sirvan, sino para servir a todos y para dar su vida en rescate por muchos”.

Una gran multitud seguía a Jesús y sus discípulos mientras que salían de la ciudad de Jericó,  que estaba al pie de las montañas, cerca de donde comienza el mar Muerto. A la entrada de la puerta estaba un limosnero ciego llamado, Bartimeo, que significa “el hijo de Timeo”. Cuando oyó el ruido de la multitud, preguntó lo que estaba pasando. Le dijeron: “Jesús de Nazaret está pasando”. Tan pronto como oyó esto, comenzó a gritar: “¡Jesús, Hijo de David, ten compasión de mí!”. Muchos le decían que se callara, pero él gritó aún más fuerte: “¡Jesús Hijo de David, ten compasión de mí!”.

Cuando Jesús lo oyó, se detuvo y dijo: “Díganle que se acerque”. Así que llamaron al ciego: “Anímate. ¡Vamos, él te llama!”. El ciego echó a un lado su abrigo, se levantó de un salto y se acercó a Jesús. “¿Qué quieres que haga por ti?” – preguntó Jesús. “Señor, ¡quiero ver!”, dijo el hombre ciego. Y Jesús le tocó los ojos y le dijo: “Puedes irte, pues tu fe te ha sanado”. Al instante el hombre pudo ver y siguió a Jesús mientras alababa a Dios. Y todos los que lo vieron también alabaron a Dios.

Un hombre llamado Zaqueo, era otro que tenía muchas ganas de ver a Jesús. Zaqueo era jefe de los cobradores de impuestos de la región y como todo publicano, se había hecho muy rico a despensas de la gente y por eso era muy odiado por todos. Zaqueo trató de mirar a Jesús pero era de poca estatura y no podía ver por encima de la multitud. Así que se adelantó corriendo y se subió a una higuera sicómoro que estaba junto al camino, porque Jesús iba a pasar por allí. Cuando Jesús pasó, miró a Zaqueo y lo llamó por su nombre: “¡Zaqueo!, ¡baja enseguida! Debo hospedarme hoy en tu casa”.

Zaqueo bajó rápidamente y, lleno de entusiasmo y alegría, llevó a Jesús a su casa; pero la gente estaba disgustada, y murmuraba: “Fue a hospedarse en la casa de un pecador de mala fama”. Porque era publicano, lo llamaban pecador. Mientras tanto, Zaqueo se puso de pie delante del Señor y dijo: “Señor, daré la mitad de mi riqueza a los pobres y, si estafé a alguien con sus impuestos, le devolveré cuatro veces más”.  Y Jesús dijo: “La salvación ha venido hoy a esta casa, porque este hombre ha demostrado ser un verdadero hijo de Abraham. Pues el Hijo del Hombre vino a buscar y a salvar a los que están perdidos”.

Jesús se acercaba a Jerusalén y la gente quería que el reino de Dios empezara de inmediato para coronarlo como rey. Por esta razón les contó esta parábola, la Parábola de los diez siervos: - Un hombre de la nobleza fue llamado a un país lejano para ser coronado rey y luego regresar. Antes de partir, reunió a diez de sus siervos y dividió entre ellos cinco kilos de plata, diciéndoles: “Inviertan esto por mí mientras estoy de viaje”, pero sus súbditos lo odiaban y enviaron una delegación tras él a decir: “No queremos que él sea nuestro rey”. Después de que lo coronaron rey, volvió y llamó a los siervos a quienes les había dado el dinero. Quería saber qué ganancias habían tenido.

El primer siervo informó: “Amo, invertí su dinero, ¡y multipliqué diez veces el monto inicial, con un valor de doscientos dólares!” El rey exclamó: “¡Bien hecho! Eres un buen siervo. Has sido fiel con lo poco que te confié, así que como recompensa serás gobernador de diez ciudades”. El siguiente siervo informó: “Amo, invertí sus veinte dólares y multipliqué cinco veces el monto original, ahora tiene cien dólares.” El rey exclamó: “¡Bien hecho!, serás gobernador de cinco ciudades”. Pero el tercer siervo trajo solo la suma original y dijo: “Amo, escondí su dinero para protegerlo. Tenía miedo, porque usted es un hombre muy difícil de tratar, que toma lo que no es suyo y cosecha lo que no sembró”.

Y el rey le dijo a gritos: “¡Siervo perverso! Tus propias palabras te condenan. Si sabías que era un hombre duro que tomo lo que no es mío y cosecho lo que no sembré, ¿por qué no depositaste mi dinero en el banco? Al menos hubiera podido obtener algún interés de él”. Y dirigiéndose  a los otros que estaban cerca, el rey ordenó: “Quiten el dinero de este siervo y dénselo al primero”. Le dijeron: “Pero amo, él ya tiene cinco kilos”. El rey respondió: “Sí, y a los que usan bien lo que se les da, se les dará aún más; pero a los que no hacen nada se les quitará aun lo poco que tienen. En cuanto a esos enemigos míos que no querían que yo fuera su rey, tráiganlos y ejecútenlos aquí mismo en mi presencia”.

Y después de haberles contado esta parábola, Jesús subió antes de sus discípulos a Jerusalén.